domingo, 19 de abril de 2015

Mixquic: Crónica de un nuevo día.

           Por: Eduardo Domínguez Delgado. 
          Esperando en la explanada de la universidad a los compañeros que faltan por llegar al punto de reunión para poder partir rumbo al Panteón Jardín. Platicas superficiales, espontáneas y risas sinceras hacen pasar los minutos de manera más rápida.
          Se partió de la escuela. Al llegar al automóvil todos toman un lugar, aún sin saber que el día será especial, único, melancólico para algunos, coloreado de rosa para otros enamorados, pero eso sí: agotador.
          El automóvil se llena de buena vibra: música, risas, besos, caricias, sonrisas, pláticas amenas y pláticas existenciales que emanan lágrimas, lágrimas que, inútilmente, aunque salen del pecho, no logran dar esa profundidad y ese sentimiento que uno desea expresar, pero fue un llanto no amargo, sino uno liberador, me hizo abrir los ojos: “Nosotros no vivimos el momento, el momento nos vivió”.[1]
          El Panteón Jardín tiene una entrada de suburbio norteamericano, una construcción de tumbas de mármol dignas de las casas de clase media alta que fácilmente pueden competir con la mejores moradas del “Sueño Americano”; cualquiera lo diría si es que no se observaran las cruces que inundan campo santo.
--Pues yo creo que esto sería mejor si nos lo tomamos en serio y dejamos de jugar—algo así dijo Sarita. Todas las risas “mal viajadas” se acallaron, como si una voz estentórea hubiera sentenciado.
          Era el momento de entrar para realizar el proyecto.
--Necesitan traer una carta de la universidad que indique que les dejaron realizar este trabajo, chicos—nos dijo la mujer que recibe a todo aquel que desee entrar a visitar las blancas tumbas.
          Es cuando se resuelve, después de mucho meditarlo, corroborar nuestros itinerarios y planes de los días posteriores, dirigirnos hacia el Panteón de Mixquic. El camino fue, considero, rápido. Se cruzó de la delegación Tláhuac, hacia el sur de la Ciudad de México, erróneamente tomando camino por Chalco, pero al fin llegamos; tomábamos fotos y video, subimos por el quemacocos, los cabellos cubrían el rostro de los tres y re papaloteaban gracias a la velocidad; fue hermoso compartir ese momento y escapar de lo cotidiano; ver verdaderos y grandes árboles y pastizales verdes, era algo de lo que había perdido capacidad para percibir; ganado al lado de los lagos que reflejaban los fuertes y bochornosos rayos de sol.
          Temimos lo peor cuando la entrada principal del panteón estaba cerrada con una cadena y el respectivo candado. Pero no, ingresamos por la biblioteca, después subimos al pequeño museo, y por la puerta trasera ingresamos al panteón. Se grabó tanto en las instalaciones internas y externas del recinto.
          No nos poníamos de acuerdo para las grabaciones y los diálogos, pero al final todo se logró.
          No sé si fue por el paraje, pero el tema de cómo imaginas a Dios, la acción de morir y lo que creemos sucede después de la última exhalación fueron tópicos de creencias, valores, conocimientos y pensamiento filosófico-existencial que promovió una interesante y reñida discusión que duró por varios minutos. Al final nadie ganó, nadie lo sabe, nadie ha regresado de la muerte para contárnoslo. Incluso se tocaron temas como la Teoría de Big Bang. Las conclusiones fueron las siguientes: Somos seres imperfectos, como para entender algo tan pero tan bellamente perfecto; Dios es infinito. Y lo que me pareció más hermosamente abrumador, es que por más que indagues, nadie te puede decir en dónde nació Dios; de igual manera, la ciencia no te puede explicar cómo es que el universo estaba en un estado de alta densidad, y luego, simplemente, se expandió, dando lugar al Big Bang. Saben cuál fue nuestro resultado (al menos el mío): La teoría del Big Bang fue, es y será Dios; y sólo hasta ese momento Él decidió o pudo manifestarse de diferente manera. Vaya que somos inútiles para entenderlo.
          La comida corrida estuvo estupenda, incluso me dio el “mal del puerco”. Bromeamos, hablamos del futuro, descansamos un poco y se hizo una última entrevista a las cocineras.
          El regreso fue exageradamente cansado; todos querían a la de ya, llegar a sus hogares. Aún así, había tarea, teníamos que cenar, ponernos de acuerdo para hacer un blog y balancear toda la vida escolar, laboral, emocional y no sé cuantas cosas más somos capaces de llevar a cuestas sobre los hombros.
          Fue un día que me quitó telarañas y una sábana de encima que me nublan la capacidad de afrontar  preocupaciones, aquellas que te roban la cabeza, que lamentable o afortunadamente, la mayoría, se resuelven en el largo plazo. Todos se fueron con algo positivo y nuevo ese día, como lo debería de ser todos los días; y sí, para bien o para mal, que estúpidos somos como para entender algo tan bello: La vida. Tal vez la vejez me ayude a entenderla después, hasta entonces terminaré con esta crónica. Cuando sea viejo, tal vez lo entenderé.
       




[1] Boyhood. 

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